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Hace poco más de 500 años, Cortés con unos pocos hombres, y sobre todo con mucha astucia y diplomacia con los pueblos indígenas sometidos por Moctezuma, consiguió conquistar todo un imperio e incorporarlo al reino de Castilla, abriendo el camino para la conquista hacia el norte de California y hacía el sur de Perú.

Al recibir la noticia de la muerte de su padre decidió volver a España, embarcando hacia Castilla. En 1528 desembarcó en Palos, yendo al Monasterio de la Rábida donde se encontró con Francisco Pizarro, el futuro conquistador de Perú.

Carlos V nombró a Cortés Gobernador y Capitán General de Nueva España, aunque le recortó funciones, y puso funcionarios reales para controlar lo que allí se hacía.

Cortés y los supervivientes se reunieron con los tlaxcaltecas, y estos no aprovecharon el peor momento de los españoles para acabar definitivamente con ellos, sabían que su auténtico enemigo eran los mexicas y ayudaron a recuperarse a los españoles.

Cortés y los suyos cargaron todo lo que pudieron, e hicieron los preparativos para partir de noche para no ser vistos, su intención era salir en silencio del palacio, cruzar el lago y llegar a tierra firme para reorganizarse junto con sus aliados.

El gobernador de Cuba Diego Velázquez que se las tenía juradas a Hernán Cortés, envío a su lugarteniente Pánfilo de Narváez al mando de una flota que llegó a San Juan de Ulloa el 23 de abril de 1520, con el fin de darle los derechos sobre Nueva España a Velázquez y quitárselos a Cortés.

Hernán Cortés se dio cuenta que los jefes que rodeaban al emperador empezaban a conspirar contra él, sabía que el enfrentamiento era inevitable y esperaba un pretexto para pasar a la acción, y lo encontró en Villa Rica. Unos indios mexicas de Moctezuma tuvieron un altercado con totonacas que estaban con los españoles, muriendo Juan de Escalante, hombre de confianza de Cortés.

Al día siguiente Cortés fue al palacio real a devolver la visita a Moctezuma, le expuso la doctrina cristiana y le hablo del emperador Carlos V.